Apuntes de una locura colectiva

21 noviembre 2021

Entrevista al Dr. Luis Chiozza para el diario La Prensa


Por JORGE MARTÍNEZ / Diario Clarín
https://www.laprensa.com.ar/509236-Apuntes-de-una-locura-colectiva.note.aspx

Un hombre sensato haciéndose preguntas. Algo tan simple como eso, y tan extraño en los últimos dos años delirantes de cuarentenas interminables, «aislamientos preventivos», delaciones entre vecinos, periodistas censores, pasaportes sanitarios y masivas y deseadas inoculaciones con sustancias experimentales.

El hombre: Luis Chiozza. Eminencia de la psicología argentina, un profesional reconocido dentro y fuera del país, experto en enfermedades psicosomáticas, autor de incontables trabajados académicos, ponencias, investigaciones, artículos, libros (su obra completa está reunida en 22 volúmenes). Como el último que publicó, Lo que nos hace la vida hacemos (Libros del Zorzal, 192 páginas), fruto directo del encierro sanitario.
Chiozza volcó en sus breves capítulos las reflexiones que iba compartiendo con sus seguidores en Instagram, el imprevisto medio que encontró para mantener alguna forma de contacto personal mientras capeaba lo peor del aislamiento forzado. Nacido en 1930, el doctor Chiozza era y sigue siendo «población de riesgo», concepto que rechaza con sólidos argumentos.

Sus comentarios, mesurados y reflexivos, desembocaban en preguntas. Preguntas acerca del sentido de las cuarentenas, la racionalidad de aislar enfermos y sanos por igual, la paradoja de reducir la vida a una utópica obsesión por evitar peligros a cualquier costo. He ahí la rareza del libro. Pocos hicieron esas preguntas en el comienzo de la emergencia planetaria. Y no son muchos más los que las hacen ahora que el proceso está mucho más avanzado, pero dista de haber concluido.

El doctor Chiozza aceptó responder un cuestionario escrito de este diario acerca de la desconcertante «locura colectiva» vigente desde 2020, que a su juicio revela un malestar espiritual mucho más hondo que el que puede causar cualquier virus.

-En el libro usted se anima a plantear dudas que, en el arranque de las cuarentenas, casi nadie formulaba. ¿Cómo explica aquel ominoso silencio inicial de parte de quienes deberían haber levantado la voz a tiempo?

-No todos vemos las cosas desde los mismos ángulos. La opinión pública se expresa a través de sus representantes, no sólo en el territorio de la política, sino también en el de la ciencia. Por eso suele predominar la idea, un tanto mecanicista, de que primero está el cuerpo, y luego habrá que cuidar lo psíquico, cuando, en la psicosomatología actual, lentamente se va imponiendo la idea de que el cuerpo y el alma son las dos caras de una misma moneda.

«NEGACIONISTAS»

-Resulta curioso que se tache de «negacionistas» a las personas que tienen dudas y se hacen preguntas, incluso dentro de la comunidad científica. ¿Qué interpretación hace del uso generalizado de ese término en este contexto?

-Ocurre con frecuencia que, cuando alguien necesita «tachar» con algún adjetivo lo que otro sostiene, suceda porque se siente inseguro acerca de aquello que con ahínco defiende. No me cabe duda de que, en el contexto de la pandemia (de las dos pandemias, la biológica y la psicológica) se repiten cosas que tienen poco sustento y que, para colmo, suelen incurrir en contradicciones…

-¿Qué revela de nuestras sociedades la aceptación universal, acrítica, de conceptos como «distanciamiento social», «protocolos», «aforo», «nueva normalidad» y otros similares?

-Aceptarlos así como se aceptan, no sólo con fundamentos débiles, sino, además, sin medir las consecuencias, me parece que habla de una enfermedad del espíritu de nuestra época (espiritupatía) que, dada la gravedad de sus efectos, constituye una verdadera locura colectiva.

-En el libro usted se pregunta si el covid será recordado como un fenómeno biológico o más bien como un fenómeno «psíquico colectivo y complejo». ¿Qué implicaría entender que se trató de lo segundo?

-Me lo pregunto porque no estoy seguro si eso realmente sucederá. En cuanto a lo que implica puede mostrarse con un ejemplo. Creo que por primera vez en la historia de las cuarentenas (si no fuera la primera vez sería de todos modos excepcional), se aísla a las personas sanas (en lugar de las enfermas y de sus allegados). Algo similar a lo que sucedería si, ante la gravedad de la delincuencia, se intentara proteger a todas las personas honestas encerrándolas en las cárceles.

-Durante esta «extrañísima pandemia», según sus palabras, se adoptaron todo tipo de medidas pensadas para salvar a la humanidad que, básicamente, consistieron en negar características esenciales de lo humano. ¿Cómo entender esa paradoja?

-Creo que proviene de una mezcla entre el desconocimiento en el que incurre una sociedad que idealiza la tecnocracia y el mecanicismo, y el odio con el cual hoy se contempla todo aquello que no es fácil.

-¿Cuáles serán, a su juicio, las principales secuelas psíquicas o psicológicas que dejarán estos dos años a escala planetaria? ¿Podrán revertirse?

-Son difíciles de prever, sobre todo en lo que respecta a cuál será su magnitud. Es posible que la biósfera entera se «autocure» restableciendo su equilibrio. Lo ignoramos. Pero es más importante registrar las secuelas que ya están ocurriendo. En breve: si la salud equilibra contacto, conmoción y trascendencia, hoy la falta de presencialidad nos ha dejado sin «contacto», y el facilismo, sin trascendencias. Sólo nos queda una insoportable conmoción.

-Semanas atrás las autoridades argentinas en todos los niveles de gobierno habilitaron a no usar barbijos al aire libre, pero el miedo general es tan potente que la enorme mayoría de los habitantes, al menos en la ciudad de Buenos Aires, lo sigue usando. ¿Se irá alguna vez ese miedo?

-El miedo es un representante que sólo puede ser sustituido por otro peor (más destructivo, inadecuado, enajenante, en definitiva, malsano) o por otro mejor (constructivo, adecuado, integrador, en definitiva, saludable). Todo depende de la posibilidad de «tratamiento», y eso deriva de si se logra conservar una cierta claridad de la consciencia.

-Sostiene usted que el mundo entero se entregó desde marzo de 2020 a la «utópica hazaña de liberarse definitivamente del peligro», intención que califica de «ajena a la vida. ¿Qué les recomendaría a quienes siguen aferrados a concretar esa utopía?

-Lo que desarrollo en mi libro La peste en la colmena – Utopías y distopías en la red (también editado por Del Zorzal): reparar en que la utopía, como el significado y la etimología de esa palabra lo indican, es un lugar que no existe, y que su búsqueda encarnizada es lo que ha engendrado, siempre, las distopías que sufrimos.

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Conmoción, vida y muerte
Nacido de los intercambios breves que Luis Chiozza mantenía en una red social en la peor etapa de la cuarentena argentina, Lo que nos hace la vida que hacemos ofrece una mezcla de reflexiones generales y apuntes muy precisos, muchas veces de tono aforístico, respecto de la «incoherencia racional» que veía a su alrededor y que persiste apenas atenuada hasta el día de hoy.

El tema crucial de cómo las sociedades modernas abordan la muerte aparece con frecuencia en sus páginas. Chiozza lo encara a partir de su formación psicoanalítica, pero también apelando a la tradición del Occidente cristiano y al más elemental sentido común.

Cita un caso de tantos, de esos que a partir de 2020 entristecieron a la mayoría de las familias del planeta. Un anciano de más de 90 años, sobreviviente de varias enfermedades, al que para «salvarlo» del virus le negaron todo contacto con sus seres queridos buscando impedir el temido «contagio», que de todos modos ocurrió. Debieron internarlo y murió solo, sin que nadie lo acompañara y le sostuviera la mano en el momento postrero.

Chiozza hace suyas las preguntas de quien le comunicó el caso. «¿La cuarentena (ese sacrificio que hacemos todos por el bien de nuestros mayores) sirvió para proteger su vida o sólo sirvió para arruinar sus últimos días de vida?» Y agrega esta reflexión tan obvia como paradójica en medio de la «insensatez que nos abruma»: «Pensar que la vida es sólo cantidad no sólo reduce la calidad…También reduce la cantidad».
¿De qué se nutría esa horrible intransigencia activada por la «conmoción» universal que se logró propagar a partir del virus? Otra vez usando términos freudianos, Chiozza entiende que lo que estaba operando era la sustitución del principio de realidad por el principio de placer. Lo expresó en este párrafo que se encuentra en uno de los últimos capítulos del libro:

«El predominio del principio de placer también aclara, aunque a primera vista no lo parezca, la base que sustenta la situación caótica que hoy se atribuye, injustificadamente, a una pandemia viral. Una increíble simplificación que ofrece la «ventaja» falaz de reducir todo riesgo de muerte a un solo enemigo y a una sola solución, la vacuna, como si de ese modo, mágicamente, se anularan todos los peligros que forman parte de la realidad».
Dicho en otras palabras, lo que quedó en evidencia en estos dos años fue algo mucho más grave y hondo para la humanidad que la circulación de un virus.

JM

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