Conferencia: «¿Por qué hay cosas que nunca alcanzan? Salud, Dinero Y Amor»

28 noviembre 2025

Conferencia dictada por el Dr. Gustavo Chiozza en la sede de la Fundación Luis Chiozza el 28 de noviembre de 2025.

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Referencia bibliográfica:
CHIOZZA, Gustavo (2025d) “¿Por qué hay cosas que nunca alcanzan? Salud, dinero y amor”.
Conferencia dictada en la Fundación Luis Chiozza el 28 de noviembre de 2025.

Buenas noches. El tema de esta noche es un tema bastante interesante y misterioso. El hecho de que haya cosas que nunca nos alcancen es algo que nos pasa a todos, obviamente, no a todos en la misma medida ni con las mismas cosas y tal vez ni siquiera todo el tiempo, pero es algo tan frecuente que, si no nos pasa, más bien parecería que convendría sospechar que estuviera latente y que fácilmente se pueda poner de manifiesto, como veremos ahora con algunos ejemplos.

Se podría pensar que este tema es el mismo tema de la falta, del que tanto se habla. Sin embargo, no es el mismo tema o no es la misma manera de encarar el tema. Cuando sentimos el tema de la falta, sentimos que hay algo que no hay y que, si hubiera o cuando haya, nos satisface. Acá el tema es distinto, es qué pasa cuando sentimos que, a pesar de tener las cosas, no nos alcanzan.

Es cierto que es muy subjetivo, una persona que para mí tiene un montón de dinero, desde su punto de vista puede sentir que lo que tiene no le alcanza, entonces sería el tema de la falta. Pero ¿qué pasaría si esta persona empieza a sospechar que, por más dinero que tiene, igual no le alcanza? Yo, por ejemplo, puedo decir: “No me siento lo suficientemente reconocido”, entonces el reconocimiento falta. Pero yo, en un determinado evento, viene todo el mundo, todo el mundo me felicita, todo el mundo me aplaude y yo siento que igual algo me faltó, que no me alcanzó, que necesito más. ¿Qué más necesito? Bueno, esta vivencia, aunque sea subjetiva, aunque no tengamos que diferenciarlo en términos objetivos, si es un tema o el otro, subjetivamente es una vivencia distinta. ¿Queda claro eso esto? Y muchas veces tenemos esta sensación y la tenemos con mucha frecuencia. Por ejemplo, hacemos una gran fiesta y todo sale y todos vienen y sentimos que no nos alcanza, que algo falta, que no estamos del todo satisfechos. Y esto, que nos pase con tanta frecuencia, que nos pase a todos, es algo que tiene algo de sorpresa y que deberíamos intentar entender un poco mejor.

Hay muchas cosas que pueden no alcanzar, a pesar de que se las logre, el prestigio, la fama, el éxito, el aplauso, por ejemplo. Los elogios, el reconocimiento, el protagonismo. Elegí la salud, el dinero y el amor, en un sentido, porque… diera la sensación de que son las más importantes, a lo mejor están detrás de muchas otras, son las que dice la canción: “Tres cosas tiene la vida, salud, dinero y amor”, ¿no? Y, en algún sentido, me parece que si entendemos esas, después nos va a resultar más fácil por ahí poder entender las otras.
Como explico en el trabajo “El psicoanálisis del cuerpo animado”, nuestra concepción del alma humana es netamente biológica. Nosotros comprendemos que lo que anima nuestra vida, es decir, las pulsiones, las concebimos nacidas de las fuentes corporales. Y, desde el punto de vista biológico, esto no debería existir, en la biología esto no pasa, no hay ninguna necesidad, ningún requerimiento que sea ilimitado. El agua, la glucosa, el sodio, el magnesio, el calcio, de alguna manera, hay un límite, la necesidad tiene un límite y si tenemos de más, inclusive puede ser perjudicial y hasta patológico. Entonces, cómo comprender esto en nuestro modelo biológico de las pulsiones nacidas del cuerpo.

Es cierto que suele suceder, por ejemplo, que, si tenemos mucha, mucha hambre, podamos sentir que la comida nunca nos va a alcanzar y entonces nos sentimos tentados de pedir ocho hamburguesas y un camión de papas fritas, nos parece que vamos a comer indefinidamente, esto que las abuelas llamaban “comer con los ojos”. Pero, cuando empezamos a comer, el hambre se va moderando y se va satisfaciendo hasta desaparecer. No obstante, de esta idea, de este ejemplo de comer con los ojos, podemos extraer dos conclusiones que me parece que son interesantes.

La primera es que el deseo y la necesidad no coinciden exactamente, no coinciden punto por punto. Un muy buen ejemplo de esto es el bebé que toma la teta y toma de más. Toma tanto de más, que después tiene que regurgitar. E inclusive, después de haber comido, se chupa el dedo, algo que biológicamente sería bastante difícil de explicar, cuál es la necesidad de chuparse el dedo. O qué es lo que se satisface cuando se chupa el dedo, si no se está alimentando, ¿no? De modo que, para nosotros, el deseo no es exactamente lo mismo que la necesidad y lo concebimos como si el deseo fuera una erotización de la necesidad, una cierta exageración de la necesidad. Lo vinculamos a Eros, a la exuberancia de la vida. Y esto ya de la exageración nos va a encaminando un poco al tema este de lo que alcanza y no alcanza. Pero, no obstante, que haya diferencias entre necesidad y deseo, no significa que los deseos sean del todo independientes de las necesidades corporales. Y aunque a veces los deseos vayan más lejos que las necesidades, tampoco significa que los deseos sean imposibles de satisfacer. De esto, si se acuerdan, hablamos el año pasado en la conferencia de la felicidad.

La segunda conclusión interesante que podemos sacar de esto de comer con los ojos es que, cuando estoy hambriento y entonces me imagino que me podría comer todas esas hamburguesas, me estoy imaginando lo que voy a hacer. Y este tema -que también es otra conferencia de las que hicimos en este ciclo, “La capacidad de representar del hombre”-, el hecho de tener esta gran capacidad de representar el futuro, de imaginarnos, también influye en la manera en que experimentamos los deseos. Inclusive, tener una representación demasiado concreta de los deseos, muchas veces compromete la posibilidad de satisfacerlos. Es decir, si yo tengo hambre y voy a comer, es más fácil de satisfacer que si yo hoy estoy con ganas de comer una cosa súper específica. Cuanto más específica es esa cosa, más posible es que no la encuentre y me sienta desilusionado con lo que encuentre. Entonces, también el hecho de que nosotros tengamos esta capacidad de representar tan grande afecta a nuestra manera de desear y esto también forma parte de esta ecuación, donde, si bien tiene un montón de ventajas esta capacidad de representar, también nos compromete muchas veces la posibilidad de la satisfacción.

Volviendo ahora al tema este de las cosas que nunca alcanzan, un tema que nos va a servir mucho… Este problema se nos presentó cuando estábamos haciendo la investigación de los significados inconscientes de la obesidad. Y me voy a detener un poquitito en esto porque es interesante. La obesidad es un exceso de tejido adiposo. Y el tejido adiposo tiene la función principal de reserva energética, es la forma de reserva energética más eficiente. Y la reserva energética es lo que permite diferir el consumo de la ingesta. Es decir, si lo pusiéramos en una metáfora moderna, es lo que nos permite ser wireless. Si nosotros cada vez que vamos a usar energía, tuviéramos que comer, tendríamos que estar comiendo todo el tiempo, no podríamos desenchufarnos del alimento. Entonces, en la medida en que comemos, acumulamos energía, después es como si cargáramos las baterías y podemos movernos por el mundo con esa energía hasta que tenemos que volver a cargar energía. Además, nosotros, carnívoros, tenemos el problema de que la disponibilidad del alimento no es continua, no es como las vacas con el pasto, que el pasto está ahí, no ofrece resistencia; nosotros tenemos que poder encontrar la presa, cazarla. Y entonces, cuando conseguimos, cuando hay, tenemos que reservar para cuando no haya. Y fíjense cómo otra vez acá aparece esta idea de imaginarnos que mañana a lo mejor no hay. Entonces otra vez aparece esta idea vinculada al tema de la reserva, la expectativa con respecto al futuro. Entonces, el problema es que se nos presentó cuando queríamos investigar los significados de la obesidad es que era difícil dar una definición, porque evidentemente la obesidad es una patología. Pero resulta que lo que sucede en la obesidad es que esta reserva energética se da en un grado de exceso, superior, pero no hay ningún mecanismo alterado, la reserva es completamente normal. Entonces, ¿por qué un sujeto reserva más que otro? Y, para poder decir que un sujeto reserva de más, su reserva es exagerada, en tanto, el sentido de esta reserva está en el futuro y el futuro no lo podemos conocer, entonces, ¿cómo podemos decir que es exagerada? ¿Se entiende? Voy a poner un ejemplo. Si nosotros hiciéramos un listado de los presentes y dijéramos quiénes tienen obesidad, es decir, quiénes tienen una reserva exagerada y quiénes no, no es tan difícil, podría ser fácil. Quiero decir, porque la obesidad es fácil de diagnosticar, se requiere un espejo, no una balanza. Pero imagínense que se derrumbara este edificio y nos quedáramos atrapados, y tardaran cinco o siete días en sacarnos, a lo mejor los que pensamos que estaban sanos se murieron y los que tenían una reserva exagerada, según nosotros, son los que lograron afrontar esa vicisitud y entonces se demostró que ellos tenían la reserva adecuada y los otros… y ustedes no (risas). Entonces, obviamente que esto no pretendía cuestionar que la obesidad se era una patología, sino que pretendía hacer la pregunta correcta. Esta cuestión de la cantidad nos dejaba con una sensación de ambigüedad. Y la pregunta correcta era: ¿por qué mientras un sujeto siente que su reserva energética es suficiente, otro siente que no le alcanza y que nunca le va a alcanzar? Y ya ven que el tema nos acerca. ¿Por qué, mientras una persona se imagina un futuro benévolo y abundante, otra persona se está imaginando una hambruna interminable? Entonces, el motivo de la obesidad no estaba en los mecanismos, sino en las fantasías, por decir así.

Un ejemplo interesante, no sé si ustedes habrán escuchado, es el movimiento preparacionista, digo porque la reserva tiene que ver con el preparativo. Hay un movimiento, que cada vez tiene más adeptos, de personas que se preparan para el apocalipsis. Ya hubo una época en que pasó esto, en la época de la Guerra Fría, por ejemplo, muchos norteamericanos tenían en los sótanos de sus casas unos refugios nucleares. Bueno, hay gente que se prepara para que el mundo pierda su organización actual, y se entrenan en técnicas de supervivencia, no solamente supervivencia en el campo, sino sobre todo supervivencia urbana, urbana en ciudades post apocalipsis. Y bueno, destinan muchas energías,

mucho tiempo, muchos recursos, mucho dinero en prepararse para esto. Obviamente, si esto sucediera, su preparativo habría sido adecuado y el nuestro no. Ahora, si esto no sucede, uno se imagina que se van a sentir muy decepcionados. Decir: “Gasté tanto inútilmente y al final me voy a morir antes del apocalipsis”. Lo cual también muestra que el psicoanálisis tiene razón en otra cosa, que los deseos y los temores muchas veces están muy emparentados.

Pero bueno, dejemos a este movimiento y volvamos al tema de la obesidad. Lo que nosotros pudimos entender es que, en el sujeto que padece obesidad -hablemos en tercera persona-, lo que sucede es que se utiliza el acto de reservar como una excusa para no enfrentarse con el hacer, es decir, con el gasto. Entonces, para evitar hacer lo que el sujeto tiene que hacer en el presente, el sujeto se distrae preparándose para el futuro. Digamos que, en lugar de hacer lo necesario hoy, se está distrayendo en algo innecesario. Un ejemplo bastante obvio, por ejemplo, es si imaginamos una chica adolescente que tiene dificultades para enfrentar su ingreso en la sexualidad y los nuevos deseos y todo este desafío, a lo mejor una manera de evitar esto y distraerse, es, en lugar de ir a la pista de baile, ir a la mesa de los dulces. Y entonces este sentido tiene como decir, bueno, me estoy preparando, voy a necesitar, como se dice, tomar mucha sopa para enfrentar esta dificultad. Pero también es cierto que, en la medida en que engorda, se aleja cada vez más de las posibilidades de encontrarse en riesgo. Y entonces vemos que, acá, la reserva nunca alcanza porque la reserva pretende evitar, y la acción de evitar es constante, no se agota. Hasta que no se resuelve lo que se desea evitar, se necesita continuar evitándolo. La tarea de evitar es continua y no se agota y entonces el sujeto… es lo que sería una acción sustitutiva. Vamos a volver sobre esta cuestión de los sustitutos. ¿Se entendió bien esto?

Bueno, pasemos entonces a hablar de la salud, ya que estábamos en un tema cercano, que es la obesidad. Y la salud, también, es de estas cosas que nunca nos alcanzan o que a veces sentimos que nunca alcanzan. ¿Quién no quiere vivir un poco más? ¿Quién no quiere un poco más de salud? Obviamente, hay sujetos que no tienen suficiente salud, desde ya. Esto no significa que, si la tuvieran, no querrían más. También hay sujetos que imaginan enfermedades que no tienen, el caso de la hipocondría, como estos personajes de Woody Allen. Y, aunque estos personajes no necesariamente sean tan frecuentes, como decía también un poco en la introducción general, es mucho más frecuente que esto esté latente, ¿no? Y que, apenas te aparece alguna cosita fuera de lugar, alguna manchita o alguna cosita, ya nos ponemos hipocondríacos, empezamos a recorrer médicos, y, cuando los médicos nos dicen que no tenemos nada, no nos basta y queremos seguir buscando médicos, y seguimos con miedo. Entonces, esta cuestión es bastante más frecuente. De hecho, la misma medicina aconseja que nos hagamos chequeos de rutina periódicamente, no vaya a ser cosa que nos creamos sanos y estemos enfermos. Pero, más allá de todas estas cuestiones, fíjense que, si nos dicen que el pescado es bueno porque tiene omega 3 o que tal yogur tiene la dosis de calcio necesaria, tendemos a decir: “Prefiero comer eso”. No porque nos guste, sino porque tiene el sentido como si estuviéramos acumulando salud. Cada vez que evitamos comer un salamín, lo sentimos como una batalla ganada (risas). Si caminamos cinco cuadras o cinco kilómetros, según quien sea, sentimos que estamos ahorrando salud, como si fuéramos a vivir un día más o un tiempo más. ¿Y quién no quiere vivir un tiempo más? ¿Ven que esto de alguna manera nos pasa a todos? No caminamos por el gusto de caminar, caminamos porque sentimos que hace bien, como si estuviéramos generando salud y generar salud nunca está de más. ¿Cómo puede ser? ¿No? De esto me ocupé mucho en la segunda parte de mi libro sobre el fumar. Definir la salud, también, es muy complejo, pasa algo parecido a la obesidad. ¿De qué salud hablamos? ¿La salud en el presente, lo que yo necesito para llevar adelante mi vida o una salud que me permita vivir más años? Otra vez aparece esta idea del futuro incierto. ¿Cómo voy a poder enfrentar algo que todavía no sé qué es? Entonces, tampoco está muy claro qué salud buscamos. Después está la salud del paciente, la salud subjetiva, la salud nuestra, la que sentimos, pero también está la salud que determina el médico y que no es la que nosotros sentimos, entonces nos podemos sentir bien, pero nos informan que no estamos bien. De ahí los chequeos de rutina, que uno diría si me siento bien, no tendría que hacer nada, no, pero lo tengo que hacer porque “a lo mejor”, ¿no? Y entonces esta idea, que todos un poco caemos en esto de acumular salud, de reservar salud, también es un poco como una cuestión de obesidad, ¿no? Al final, si la cosa se pasa un poco de punto, terminamos viviendo para la salud en lugar de usar la salud para vivir. ¿Se entiende la gran diferencia? Bueno, de estas cuestiones, como les decía, ya un poco me ocupé y el sentido no es hablar ni de la salud, ni del dinero, ni del amor en sí, sino de por qué estas cosas no alcanzan, así que pasemos un poco al dinero y después vamos a ir centrándonos más en la cuestión.

¿Qué decir del dinero? ¿Quién no quiere un poco más? ¿Quién siente que le sobra y que tiene suficiente? Otra vez, que haya gente que no le alcance y que no tenga lo necesario, puede ser, pero no significa que si lo tuviera, ya estaría tranquilo. Es cierto que hay gente que tiene muchísimo dinero y que tiene tanto dinero que hay cosas que por dinero no las haría. Pero también es cierto que ese dinero lo tiene invertido y se fija dónde lo invierte y se ocupa y habla de ganarle a la inflación, quiere hacer buenos negocios. ¿No es raro esto? ¿No sería más natural decir que tendría que ser al revés, si una persona tiene mucho dinero, ya no pensar más en el dinero? En la película Forest Gump, cuando Forest Gump se entera de que es millonario, dice: “Mejor, un problema menos”. Pero, claro, Forest Gump es tonto, ¿no? Pero hagamos el siguiente ejercicio, nosotros por ahí decimos, sí, bueno, a mí no me vendría mal un poco más de dinero, además, el futuro es incierto, siempre lo mismo, ¿no? Imagínense que nos ganáramos la lotería, un montón de dinero, todo junto, mañana. ¿Qué piensan ustedes, que comenzaríamos a pensar menos en el dinero o más en el dinero? Probablemente, más. Empezaríamos a pensar ¿qué hago, ladrillos, dólares, bitcoins, criptomonedas? Y nos distraeríamos un montón de las cosas que estamos haciendo para tener más. ¿No es raro? Además que la falta de dinero no es tan mala. Digamos, la necesidad de dinero es un estímulo poderoso. Por ejemplo, es cierto que no siempre funciona así, pero, por ejemplo, nos obliga a tener que despertarnos todas las mañanas, nos obliga a estar sanos. Si no tenemos reserva, no podemos suspender un día de consultorio, entonces, antes de suspender un día de consultorio tenemos que estar muy mal. Y entonces nos obliga también a estar sanos, nos obliga a ser más eficientes, nos obliga a ocuparnos mejor de nuestras tareas, de nuestro trabajo, a rendir mejores servicios. Pero, claro, la falta de dinero es un estímulo poderoso, pero en general tendemos a preferir la seguridad que el estímulo. Tema de que me ocupé también al hablar de la dificultad. Y bueno, y con el dinero también está esta cuestión del futuro, qué sé yo, si viene el apocalipsis, voy a necesitar tener más recursos, ¿no? O no… porque a lo mejor el dinero ya no sirve. Entonces, ¿qué tengo que hacer? Propiedades.

Bueno, una de las cosas más interesantes o más reveladoras que se ha dicho sobre el dinero, la dijo Freud. Ustedes saben que, para el psicoanálisis, los deseos del adulto son retoños -esta palabra usaba Freud-, son resabios, de los deseos de la infancia. Como si… quizás no en todo, pero en una parte muy importante de nuestra alma es como si todavía quisiéramos satisfacer aquellas cosas de niños. Y Freud decía que, como el dinero no tiene ningún papel en la infancia, no juega ningún rol, el dinero no puede traer la felicidad del adulto, en tanto la felicidad del adulto depende de estos deseos que se forjaron en una infancia donde el dinero no tenía significados. Una idea muy interesante. Y, para Freud, el dinero es un sustituto del afecto, del amor. Y con esto ya pasamos al tema del amor.
Hagamos un pequeño repaso, vimos que, en la obesidad, la reserva energética nunca alcanza porque el preparativo sustituye la acción, con el fin de evitarla. Con la salud dijimos que pasa algo parecido, como no estamos tan seguros de estar haciendo la vida que queremos, sentimos que nos estamos gastando la salud inútilmente y entonces necesitamos tener más por si descubrimos qué es la vida que queremos hacer o cuando nos animemos a hacerlo, cuando podamos. Sentimos que no nos va a alcanzar. Y con el dinero acabamos de decir esta cuestión, claro, creemos que queremos dinero, pero en realidad queremos otra cosa. Entonces, por más que acumulemos dinero, no vamos a estar felices; lo que queremos es el amor.

Pero, entonces, si el dinero no nos alcanza, porque en realidad el dinero es un sustituto del amor, ¿por qué, cuando buscamos el amor, el amor tampoco nos alcanza? Porque, qué duda cabe, ¿quién se siente suficientemente querido? ¿Quién tiene ya tiene tanto cariño que no necesita buscar más? ¿Quién no está esperando el día de su cumpleaños y secretamente anota quiénes llamaron, quiénes no llamaron, quiénes trajeron regalo, quiénes no? ¿Quién rechaza recibir una demostración de afecto?
Y lo llamativo de esta cuestión es que el amor que no alcanza es solamente el que recibimos, no el que damos. El que damos, sí. Por ejemplo, con nuestros hijos, uno dice, bueno, el cariño que uno tiene por sus hijos es inmenso, ni siquiera suficiente, más que suficiente. Pero vemos que nuestros hijos no lo sienten así. Buscan nuestro afecto, buscan las demostraciones, se celan entre hermanos para tener la preferencia, el protagonismo, el reconocimiento. Muchas veces nos reprochan; ciertas actitudes nuestras para ellos son inequívocos signos de que no los queremos o que no los queremos lo suficiente o no que no los queremos bien. Y nosotros decimos, bueno, ¿qué más quieren? Pero si ahora nosotros mismos cambiamos y nos ponemos de hijos y pensamos en nuestros padres, y, siempre vamos a sentir que nuestros padres nos podrían haber dado más, nos podrían haber querido mejor, nos podrían haber comprendido mejor, nos podrían haber ahorrado ciertos sufrimientos. Y, si tenemos hermanos, es también muy frecuente que sintamos que a nuestros hermanos los quisieron mejor o más o de otra manera, ¿no? Y fíjense qué llamativo, porque, ¿qué cosa peor puede haber que sentirse poco querido, que sentirse falto de amor? Por más larga que sea una vida y con más dinero que esté en esa vida, si nos falta amor, es como si faltara lo más importante. Entonces, ¿qué peor cosa que no sentirse querido?

Racker, en un trabajo, menciona muy, muy al pasar, y no como una cosa que él quiere explicar, sino al revés, como una cosa que utiliza para explicar otras, menciona “la necesidad de amor del neurótico”. No lo vuelve a mencionar, que yo sepa, y tampoco es algo que lo he visto como concepto psicoanalítico. Pero es muy interesante que lo haya dicho así y que todo el mundo lo entienda, además, como si fuera una cosa bastante obvia. Como si un rasgo característico, algo que define a la neurosis, quizás su rasgo más definitorio, es que el neurótico tiene una necesidad de amor excesiva -se entiende por el contexto de la frase-, desmesurada, inagotable. Ninguna de estas cosas dice Racker, pero cuando dice “la necesidad de amor del neurótico” se entiende que esto es como si fuera la obesidad del afecto. Bueno, pero ¿qué es la necesidad normal del amor? ¿O acaso somos todos neuróticos? ¿Seremos todos neuróticos?
Si pensamos lo que decíamos antes, del deseo como una erotización de la necesidad, podríamos entender que uno tenga la necesidad de amar con “a”, como verbo, como acción. A lo mejor, en la exuberancia de la vida, yo necesito amar a alguien, dar amor. Pero, recibir amor, si lo pensamos en términos de ¿qué pulsión se está satisfacción cuando nos aman o cuando nos sentimos amados? Es difícil de explicar así, ¿no? Y entonces, ¿por qué el amor nunca nos alcanza? ¿Podría ser que también el amor sea el sustituto de otra cosa? Esa es una buena pregunta, ¿no?

Quizás es difícil decir si un adulto necesita amor para sobrevivir y, en ese caso, cuánto se le tendría que dar para que no muera. Es variable, dependerá de persona a persona. Pero sí de una cosa no cabe duda, es que, si pensamos en un niño, un niño necesita que lo amen para sobrevivir. De esto no tenemos ninguna duda. Un niño necesita que lo alimenten, que lo cuiden, que se ocupen de que no le pase nada malo, que lo protejan. ¿Eso es amor? Esa es otra buena pregunta. Bueno, en todo caso, digamos que lo que el niño necesita para crecer es que lo protejan. Esto tiene que ver, como ya hemos señalado muchas veces, ni siquiera de manera muy original, con que nosotros somos mamíferos, nacemos inacabados, antes de tiempo, y entonces nacemos muy débiles y no podemos lidiar con el mundo, es decir, no podemos satisfacer nuestras necesidades en el mundo. Esto, por ejemplo, no pasa con los reptiles. Los reptiles salen del huevo y ya tienen que lidiar con el mundo. Si logran satisfacer sus necesidades, sobreviven y si no, se mueren; pero no hay tutía, depende de ellos. Las aves, que son una evolución de los reptiles, también salen del huevo, pero en las aves aparece la función maternal, la madre alimenta, consigue alimento para la cría y le da de comer. En los mamíferos esto se da en un grado todavía superior, porque, ya en el mamífero, la madre no solamente que es la que alimenta al chico, sino que además ya el alimento se lo da la naturaleza. Es decir, el niño produce su propio alimento durante un tiempo. Esto que alguna vez llamamos como una especie de crédito alimentario, parecería también corresponderse con un cierto crédito de afecto. Es como si, cuando uno nace, no solamente lo está esperando su alimento, sino que también parecería darse por sentado que hay un cierto afecto. Y esta idea es interesante, porque fíjense que los cachorros de mamífero despiertan ternura, no solamente en nosotros. Es cierto, hay animales que se comen los cachorros de mamíferos de otros animales; nosotros, por ejemplo, nos comemos un lechoncito, pero no lo vemos. Pero despiertan una cierta ternura y nos parece que es más difícil matar un cachorrito que matar al adulto, cuando debería ser al revés. Esto nos pasa también un poco con las aves, con los pichones, no cuando salen de huevo, que son muy parecidos a los reptiles, pero sí un poco después. Pero no nos pasa con los reptiles, por ejemplo. Entonces, fíjense cómo esta idea de alguna manera parece tener esta cierta armonía entre este crédito alimentario y este crédito de amor. Y nosotros sentimos que lo menos que se espera cuando nacemos es que nos quieran. “Si no me querían, ¿para qué me tuvieron?” decimos, ¿no?
¿Y podría ser entonces que el amor que buscamos nunca nos alcanza porque es un sustituto de esta protección que requiere el cachorro, el mamífero, el bebé, para sobrevivir, para enfrentar el futuro, un futuro incierto? Resulta interesante. Pero, si la protección, digamos, si la búsqueda de amor fuera un sustituto de protección, y esta protección que estamos buscando fuera la misma que buscábamos de niños, otra vez, ¿por qué no alcanza? Al fin y al cabo, sobrevivimos, ¿no? Bueno, uno puede decir, sobrevivimos un poco de suerte, porque no pasaron ninguna de las cosas para las que no estábamos protegidos. Pero entonces otra vez es como la obesidad, como el ejemplo: y, si se cae el techo, no estoy gordo, estoy gordo si no se cae el techo, ¿pero quién te dice que no se va a caer el techo? ¿Se entiende? O con la salud: tengo suficiente, siempre que no me enferme, siempre que no venga otra pandemia, pero… O con el dinero: bueno, tengo mucho, pero ¿si me lo roban? Y entonces otra vez aparece esta cuestión de que la protección va a alcanzar en función de qué es lo que vaya a ocurrir, si ocurre este apocalipsis, a lo mejor la protección no alcanza. Entonces, otra vez aparece esta racionalización de la incertidumbre en el futuro para justificar algo que no está alcanzando. Entonces, es como si estuviéramos dando vueltas, y siempre volvemos a lo mismo. Siempre es como si quisiéramos justificar que lo que no alcanza es razonable que no alcance, o que hay motivos para que no alcance.

Pero yo creo que, cuando llegamos a esta cuestión de la protección, hicimos un cierto avance; creo que dijimos algo más. Por ejemplo, si ahora, desde esta idea de la protección, volvemos sobre lo anterior, pensamos, por ejemplo, que a lo mejor no es que estamos buscando más salud, a lo mejor lo que queremos es que el médico, como una especie de dios moderno, nos proteja, nos garantice que nada malo nos va a suceder si nos portamos bien, si seguimos sus mandamientos. Fíjense que, cuando nos hacemos estos análisis de rutina y nos dan bien, es como si nos hubieran puesto una buena nota en el boletín escolar: 8 en glucosa, en colesterol me saqué un 9, ¿no? Las plaquetas ando de 10 (risas). Y tenemos esta cosa, otra vez infantil, como si esto nos garantizara algo, tenemos esta ilusión. Y fíjense también que es llamativo que el tejido adiposo, que tiene la función de reserva energética, también tiene la función de protección. El tejido adiposo protege, por ejemplo, del frío, protege las vísceras

contra los golpes; o sea, también está vinculado. Y bueno, el dinero también puede comprar protección, puede comprar médicos.
Entonces, otra vez tenemos que tratar de hacer la pregunta correcta: ¿Por qué ahora la protección nunca alcanza? ¿Cuál es la fantasía? Y acá llegamos a una cuestión que es un tema súper interesante, que para mí es un gran malentendido, un malentendido neurótico. Fíjense, dijimos que somos mamíferos, que nacemos inmaduros, es decir, que somos débiles y que no podemos valernos por nosotros mismos. Y entonces necesitamos de una asistencia ajena, alguien que nos proteja y nos dé lo que necesitamos. Entonces, como la asistencia ajena le da al bebé, al recién nacido, todo lo que necesita para sobrevivir hasta ser un adulto, la conclusión que suele escucharse en psicoanálisis -inclusive escrito- es que el objeto auxiliador, el objeto de la asistencia ajena, es decir, básicamente los padres o quienes hagan esta función… digamos, el bebé está en un estado de necesidad y desvalimiento y el objeto de la asistencia ajena resuelve el desvalimiento. Así siempre lo hemos dicho. Y esto es una ilusión, es un malentendido, es una fantasía neurótica. Para entender esto bien, digamos que un bebé muy débil, como dijimos, recién nacido, cuando tiene hambre, no tiene un problema, tiene dos problemas. El primer problema es que tiene hambre, es decir, que no tiene alimento. Y el segundo problema es que es débil, quiere decir que no se puede conseguir su propio alimento, a diferencia de un reptil. El objeto auxiliador lo que le resuelve es el hambre, es el primer deseo, el primer problema, por decir así, no el segundo. Entonces, cuando el objeto auxiliador alimenta al niño débil, no está resolviendo su debilidad, su desvalimiento, su dependencia, ¿se entiende? Inclusive, hasta podría ser que le aumente. Entonces, para criar un niño bien, hasta que sea adulto, no es solamente necesario protegerlo y darle lo que necesita, también hay que prepararlo. Estas son las dos funciones parentales, también de esto me ocupé en otra conferencia. Pero fíjense en una cuestión interesante, de estas dos funciones parentales, la protección y la preparación, sólo la protección puede ser recibida, la preparación no puede ser recibida, la preparación requiere que el sujeto haga algo. Es la diferencia entre enseñar y aprender. Un maestro puede ser muy bueno, pero para que el aprendizaje se complete, el alumno tiene que poner lo suyo. Y lo que tiene que poner el alumno, no lo puede poner el maestro. Esto es muy importante porque, de alguna manera, sólo la protección se puede recibir, la preparación no se puede recibir; la preparación el sujeto la tiene que hacer, con la ayuda de los padres, pero los padres tienen un papel… igual que el maestro y el alumno. No vale la pena, creo que quedó claro, ¿no? Por ejemplo, si queremos enseñarle a un chico a andar en bicicleta, ¿cómo se le enseña? En última instancia, lo tenés que poner arriba de la bicicleta y tiene que pedalear, y él tiene que mover sus músculos y equilibrar su columna hasta que aprende. Por ejemplo, un chico muy, muy obediente, que uno le explica cómo se tiene que tirar de cabeza en una pileta, en general suele fallar por exceso de protección, es decir, cuando llega el momento de tirarse, el tipo, en lugar de tirarse de cabeza, se tira de panza, porque tiene miedo de golpearse. Entonces, la preparación también requiere que el sujeto ponga lo suyo, corra un riesgo; de alguna manera, sufra, se frustre, no le salga. Entonces, la preparación, que implica que el sujeto algo tiene que hacer, implica tolerar la frustración, implica asumir el riesgo. Entonces, frente a esta dificultad de tener que pasar por la frustración o que tolerar la frustración o correr un riesgo, parece bastante comprensible que el sujeto -en este caso un niño- pudiera pensar: “Pero, si mis padres me resuelven todo, ¿por qué no me resuelven esto también? Si me dieron el alimento que necesitaba, ¿por qué no me dan también la capacidad de conseguirlo?”. Este “por qué”, ¿por qué no me dan lo que necesito? ¿Por qué me hacen sufrir o por qué estoy sufriendo? Si estoy sufriendo, es porque no tengo lo que necesito y si la función de la asistencia ajena es darme lo que necesito, no me están dando lo que necesito. Fíjense que, cuando nos sentimos frustrados, cuando las cosas no nos salen o cuando nos sentimos débiles, en general tenemos esta sensación de decir, ¿por qué no me hicieron más fuerte? ¿Por qué no me criaron mejor? ¿Por qué mi padre no me obligó a estudiar? ¿Por qué no me dieron un buen consejo? Otra vez ponemos la cuestión afuera, como si la cuestión estuviera en lo que recibimos y no en lo que teníamos que hacer. Entonces, esta pregunta solamente admite dos posibilidades, “¿por qué no me dan lo que necesito?” tiene dos posibles respuestas. La primera es porque no pueden, por ejemplo, porque no es dable, porque no es posible. La primera es porque no pueden y la segunda es porque no quieren. ¿Cuál elegirían ustedes? Bueno, depende, depende con cuánta urgencia necesitemos, cuán débiles nos sintamos. Si nos sentimos fuertes podemos decir: “Bueno, no me dan porque no pueden”. Pero si nos sentimos muy débiles y muy necesitados, decimos: “No me dan porque no quieren”. Si elegimos la primera respuesta, “porque no pueden”, entonces lo que necesitamos dependerá de nosotros. Si lo conseguimos lo, tendremos y si no lo conseguimos, ajo y agua, hay que poder aguantar. Y para poder aguantar, hay que ser fuerte. Si elegimos la segunda respuesta, es decir, “no me dan no porque no pueden, sino porque no quieren”, fíjense que este “no quieren”, rápidamente se transforma en “no me quieren”. Bueno, elegir esta respuesta, evidentemente en lo inmediato es fácil, es bueno, la culpa queda fuera, yo soy inocente. Pero elegir esta respuesta tiene un precio que es muy alto. Claro, si yo pienso que no pueden, todo depende de mí, como dice Nanni Moretti en la película Caro Diario: “Si depende de mí, estamos jodidos” (risas). Pero si yo elijo que no me dan porque no quieren, no está todo perdido, no es que no pueden, es que no quieren. Lo importante es que pueden, eso es lo importante.

Ahora, el que no quieren, tenemos que ver cómo lo negociamos. Y básicamente hay dos estrategias para negociar estas cosas. Una es la alegación de justicia, no es necesariamente justicia, pero es: “Yo hago todo lo que vos querés y vos después haces todo lo que yo quiero”. Como vos sos más fuerte, el negocio cierra. Entonces, ¿qué, tengo que ir a misa todos los domingos? Sí, pero después no me va a pasar nada, ¿no? La otra estrategia es la misericordia: “No sé si puedo hacer lo que vos me pedís, pero sufro y lo necesito, apiádense de mí”; somos mamíferos, ¿no? Bueno, el resultado de haber elegido esta segunda opción, “no quieren”, que se transforma en “no me quieren”, tiene un precio muy alto. Por el lado de la justicia, nos terminamos sometiendo a una persona que sentimos que es mala, severa y cruel, y que nos pide que hagamos todo lo que ella quiere y nunca hace lo que nosotros queremos. Si elegimos el camino de la misericordia, casi peor, porque entonces, ahora, para convencer al objeto de que quiera, tenemos que sufrir. Entonces ya no podemos gozar, o por lo menos no podemos gozar en voz alta. Entonces empezamos a privilegiar el sufrimiento por sobre el goce, lo cual trae consecuencias… Y por otro lado, fíjense que antes dijimos que una de las peores cosas que nos podrían pasar es no sentirnos queridos. Bueno, al haber elegido esta segunda opción, de “no es que no pueden, sino que no quieren, y no quieren porque no me quieren”, ahora me siento poco querido, y esto me lo hice a mí mismo, ¿se entiende? Fíjense qué tragedia, esto es algo que yo me estoy haciendo a mí mismo. Y encima inútilmente, porque, si verdaderamente no pueden, por más que yo diga “no me quieren”, si no pueden, no van a poder. Y bueno, esto es una tragedia, ¿no? Es triste que, en pos de esta ilusión que no existe, tengamos que pagar este precio. Y digo que no existe porque la potencia no es algo que te puedan dar, la potencia o la fortaleza es algo que uno tiene que desarrollar, lo que decía de la preparación.

Entonces fíjense que creo que de alguna manera ahora podemos entender mejor por qué el amor no alcanza. El amor no alcanza porque le pedimos algo al amor que no le pertenece, algo al amor que el amor no puede hacer, es una premisa falsa. Les pedimos a las personas que nos quieren que hagan que nosotros no tengamos dificultades, no tengamos frustraciones, no tengamos fracasos y, cuando las cosas no nos salen como queremos, es porque no nos quieren. Entonces es como que hemos metido el amor en un asunto que no tendría que haber entrado, y el resultado de esto es que no nos sentimos queridos y que el amor nunca nos alcanza. Y, por más que nos digan que nos quieren… por ejemplo nuestros hijos, vos les decís: “Si yo te quiero”, “si me quisieras, no tendría dificultades en la vida” y uno dice ¿qué tiene que ver una cosa con la otra? Pero, otra vez, si nos ponemos como hijos con nuestros padres, sentimos que ese argumento tiene que ser válido. Y este creo que es el malentendido: “Si me quisieran, me lo darían”. Es decir, que el amor no alcanza porque parte de esta premisa falsa. Entonces, la protección que buscamos no alcanza porque es un sustituto de la preparación que no deberíamos buscar, sino que deberíamos hacer. Y entonces, otra vez, como en la obesidad, no es reservar sino hacer; con la salud, no es acumular, sino vivir; y con el dinero, no es acumularlo, sino usarlo. Entonces, estas cosas no nos alcanzan porque en el fondo perseguimos esta necesidad de protección, y perseguimos esta necesidad de protección porque no estamos dispuestos a esta tarea de la preparación. Entonces, la protección que buscamos es sustitutiva y no alcanza porque mientras no nos preparemos, la protección no nos puede dar lo que nos da la preparación.

Entonces bueno, ya con esto llegamos un poco a las conclusiones. No digo que con esto ya esto no nos va a pasar más, pero, a lo mejor, sí, tenemos que aprender a desconfiar de las cosas que nunca alcanzan. El reconocimiento, el protagonismo, los elogios, la fama, el aplauso, otras cosas, como el descanso, las vacaciones, las cosas materiales, la cantidad, ¿no? Tenemos que desconfiar de esas cosas que nunca alcanzan. Si las cosas que tenemos no satisfacen nuestra necesidad, habría que preguntarse si el problema está en las cosas o el problema está en la necesidad. Recordemos esa frase popular que dice que no es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita. Y si no podemos tener más o si, teniendo más, el problema no se soluciona, entonces a lo mejor podríamos intentar necesitar menos. Inequívocamente, necesitar mucho es un signo de debilidad, es un signo de que no podemos soportar la frustración. Entonces, si nos fortalecemos, a lo mejor no podemos tener más, pero sí podemos necesitar menos. Y también es cierto que, si adoptamos esta actitud de “si me quisieran, me darían; si me quisieran, podrían”, también nos empioja la relación con los demás. En cambio, si nosotros asumimos nuestra propia adversidad y dejamos a los otros en paz, seguramente vamos a obtener, no sé si más, pero mejor de los otros, o por lo menos vamos a tener un mejor vínculo.

Y, cuando nos sentimos débiles, no podemos sentirnos valiosos. Entonces, si, por debilidad, estamos buscando que nos valoren, primero, no lo vamos a lograr y, segundo, si lo logramos, vamos a sentir que no lo merecemos, porque para merecerlo tenemos que ser valiosos y, para ser valiosos, tenemos que tener valor, es decir, tenemos que tener valentía, como el chico que se tiene que tirar de cabeza ¿se entiende? asumir el riesgo. Entonces, mientras haya debilidad, todo lo que estamos pidiendo vamos a sentir que no lo merecemos. Y entonces, bueno, el camino más genuino es decir: “Bueno, me quieren como me quieren y lo demás me lo tengo que hacer yo y si lo logro, voy a sentir que lo valgo, y si no lo logro, puedo aceptar aguantármela sin echarle la culpa a los demás”. Así que, bueno, esto es todo lo que tengo para decir sobre este tema. Ahora seguramente, en la conversación, surgirán cosas.

Muchas gracias.

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