“Reflexiones desde un encierro saturado”

17 abril 2021

Reseña del libro “La peste en la colmena” publicada en el diario Clarín

¿De qué se trata este libro? ¿En qué estante de la biblioteca debería ubicarse? ¿Es, acaso, un compendio de reflexiones acerca de nuestra época provocada, en gran medida, por la pandemia que nos obligó y nos sigue obligando a la reclusión, o es un diario íntimo en forma de libro? La peste en la colmena, el libro recientemente publicado por el médico y psicoanalista Luis Chiozza (1930) y editado por Libros del Zorzal, pone en evidencia que 2020 inauguró un nuevo modo de escribir. No solo porque, tal como mencionó el sociólogo Pierre Bourdieu, escribir sobre lo social conlleva la maldición de analizar un sujeto que habla, sino porque, reflexionar sobre nuestra época es, en primera instancia, un ejercicio especular.

“Me di cuenta, lentamente, de que dejé de disfrutar la soledad que me permitía regocijarme en la lectura, reflexionar de modo libre y espontáneo y “enfrascarme” en la escritura”, dice Chiozza en el prólogo y estas palabras iniciales sientan las bases de lo que vendrá después: una prosa inclasificable, que bucea en distintos tópicos de la actualidad solo para poner en evidencia el desconcierto en el cual estamos sumidos. No se trata solo del encierro obligado, sino más bien de cómo el espacio cerrado nos insta a pensar en todas las metáforas que este encierro deja afuera, en especial la de la red y sus múltiples conexiones. Todo sucede como si estuviéramos habitando un cuarto oscuro y no quedara otra que sumergir el papel en el líquido del revelado y exponer las imágenes que surgen de ahí.
Dividido en nueve partes más una adenda de textos publicados en Instagram, Chiozza va mostrando las fotos que componen nuestro presente a partir del cruce de dos variables: la del tiempo –que permite desandar el camino de la racionalidad moderna– y la del espacio, que va desde lo más interno e íntimo –el cerebro y sus mecanismos fisiológicos–, hasta lo más externo –el ecosistema, el universo y la interacción con el cuerpo humano–. Conforme avanza el revelado, se advierte que lo que aparece en la superficie solo puede leerse, entenderse, hacerse inteligible, en la medida que se conecta con todo lo demás. Así, la metáfora de la red, primero real, luego virtual y finalmente compleja y dialéctica forma el mapa posible de nuestro tiempo y al mismo tiempo, un diagnóstico: el estado de cosas inaugurado por la modernidad –aquel que supo separar espíritu de materia– y, en consecuencia, estableció un sistema de clasificación coherente, resulta insuficiente para explicar los fenómenos actuales. Es por eso que se necesitan nuevas metáforas o, en todo caso, la reconfiguración de las clásicas.

La colmena, que para Chiozza representa la organización social actual, un mundo hiperconectado que amplifica el “efecto mariposa” al infinito, sugiere el movimiento constante.
Un devenir que no solo se pone en entredicho ante la amenaza de la peste, sino que advierte que la peste ya estaba entre nosotros mucho antes. Al fin y al cabo, los fenómenos de contagio –del cuerpo físico primero, del cuerpo social después– ya habían sido mencionados por autores clásicos como Michel Foucault, y luego reformulados y adaptados a nuestros contextos por autores como Giorgio Agamben o Roberto Espósito, entre otros. En todos los casos, se trata de la enfermedad que pone en entredicho el concepto de salud, siempre y cuando el binomio salud/enfermedad se comprendan más allá del cuerpo físico.
En la misma línea, el autor dedica algunos capítulos a las redes sociales, no solo porque amplifican los mecanismos de causas y consecuencias –acciones y efectos– sino porque reproducen a escala mundial, las percepciones ambivalentes de las audiencias. La fascinación y la paranoia conviven en un intercambio incesante de posteos y likes que alimentan la máquina tentacular sin cesar y sin descanso.

Bajo ese clima ambivalente, la adenda, recuerda las preguntas del comienzo y agrega algunas más. No solo porque la pandemia hizo trastabillar muchas certezas, sino porque su propia lógica puso en entredicho los lazos sociales en todos los ámbitos: en el público, restringiendo la circulación urbana y en el privado donde el aislamiento hizo más evidente la idea de la finitud y soledad. “Las puntas de los codos carecen de la exquisita sensibilidad que las manos comunican”, escribe su autor en las últimas páginas. Y esa reflexión, que viene anudada a otras relativas al ámbito personal, recuerda una y otra vez, que, en última instancia, se escribe y se lee para evitar la muerte, la real pero también la simbólica.

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