“Filosofía. La vida diaria, marcada por las máquinas en tiempos de virus”.

17 abril 2021

Artículo publicado en el diario La Nación

Tras un año de pandemia, y con buenas razones epidemiológicas para que las distintas formas de la vida en cuarentena sigan alterando lo que antes se consideraba “normal”, el confinamiento colectivo sin duda volvió a alterar la relación doméstica con todas aquellas máquinas que, de repente, se consagraron como las “prótesis definitivas” para sostener los modos de existencia del trabajo y la sociabilidad humanos. Aunque la convivencia con distintos aparatos, dispositivos, programas, redes sociales y aplicaciones anclados a Internet no es ninguna novedad, lo que la pandemia provocó es que, ahí donde fuera posible, esa relación se profundizara física y mentalmente a una escala inédita, mientras que donde por razones económicas eso fue inviable, la pandemia reveló una nueva versión técnica de lo que el italiano Giorgio Agamben llama “nuda vida”: un estado de aislamiento forzoso ante la nueva marcha del mundo, que reduce a los excluidos de la conexión a poco más que meros cuerpos sobrevivientes.

Estas son las coordenadas para entender a qué se refiere el filósofo coreano Byung-Chul Han cuando afirma que el Covid-19 “es un espejo que refleja las crisis de nuestra sociedad”. Y aunque esta imprevista realidad se convirtió en material instantáneo para una larga catarata de viñetas costumbristas (al estilo de los “diarios de pandemia” publicados el año pasado) y para una lenta decantación hacia la literatura (como muestra el Premio Nobel británico Kazuo Ishiguro con su nueva novela Klara y el Sol), en buena medida es recién tras un año de encierro y distanciamiento social que comienza a ser pensado el nuevo paso en la relación entre las personas y las máquinas.

Por supuesto, trabajar, estudiar, consumir y divertirse a través de las pantallas en un mundo que desde hace tiempo cede buena parte de sus prerrogativas políticas, intelectuales y metafísicas a Silicon Valley sucede desde antes del Covid-19. Pero, ¿de qué manera la intensificación compulsiva de este régimen empuja a la humanidad a interrogarse otra vez sobre su vínculo con las máquinas?

Para pensar la transformación de la vida doméstica en una omnipresente “sala de máquinas”, en su nuevo libro, La obsesión del origen, el ensayista Eduardo Grüner (Buenos Aires, 1946) coloca la mirada sobre los dilemas planteados por el filósofo alemán Martin Heidegger a partir de la expansión triunfal de la técnica desde la segunda mitad del siglo XX. Al analizar desde el presente lo que Heidegger pensó hace ya varias décadas, Grüner esquiva el lugar común de la futurología (en el que muchos otros pensadores abandonan las ideas para entregarse al catastrofismo intelectual). Y por otro lado, es el pensamiento heideggeriano el que, al afirmar que las máquinas despojan al Ser de su esencia y convierten su mundo en un cálculo eficiente, todavía define en favor o en contra las posiciones contemporáneas ante “la pregunta por la técnica”.

Grüner repara en que estas cuestiones alteran ahora mismo el sentido de lo que incluso percibimos como “Naturaleza” (algo impreciso, entre la dominación de la historia y lo ecológico), a la vez que probablemente nunca como durante estos tiempos de reclusión forzosa, amenaza viral y dependencia tecnológica fue tan fácil entender a qué se refería Heidegger con el vaticinio de una humanidad que tiende a disolver su propia esencia bajo el “emplazamiento” de la técnica.

Es en esta misma línea, también, que desde la medicina y el psicoanálisis Luis Chiozza (Buenos Aires, 1930) explica en La peste en la colmena las tensiones que ponen en crisis a un “yo” en estado de inmersión permanente en internet, la única industria, además de la de las drogas ilegales, señala Chiozza, que llama “usuarios” a sus clientes.

Otra versión de la estela heideggeriana, esta vez desde las relecturas del filósofo francés Gilbert Simondon, un “discípulo díscolo” de Heidegger, aparece en La imprevisibilidad de la técnica, escrito por las investigadoras Margarita Martínez e Ingrid Sarchman. “Hubo un hecho imprevisible en la historia de los objetos técnicos cuando la idea de posesión fue validada desde la idea de personalización”, escribe Martínez, una premisa que bajo las condiciones de vida actuales sirve para pensar hasta qué punto son ahora las máquinas las que personalizan a sus propietarios, aún a riesgo de dañar su narcisismo.

En consecuencia, tampoco parece haber otro contexto como el de la actual pandemia, con su atadura a todo lo que nuestros dispositivos resuelven por nosotros en términos prácticos y subjetivos, para demostrar que “lo imprevisible, al menos para quienes concebían y diseñaban objetos técnicos, fue el hecho de que el humano, lejos de quedar como el gestor de un mundo de máquinas, pasara a constituirse como un ente necesitado del asistencialismo técnico expresando formas de dependencia de nueva índole”, subraya Martínez.

En este punto, es interesante que la intensificación del estrés al que nos someten las máquinas (por ejemplo, con su distribución permanente de “validación” en forma de corazones y emoticones en las redes sociales) se combine con el estrés inédito que las propias máquinas sufren bajo un uso más intensivo que nunca (lo que los ingenieros llaman “fatiga de los materiales”). Bajo estas hipótesis, finalmente, adquiere interés el análisis que el finlandés Jussi Parikka (Helsinki, 1976) hace en Una geología de los medios de los objetos que componen nuestra existencia técnica desde la perspectiva material; es decir, a partir de todo el cobalto, el galio, el tantalio y el neodimio, entre otros minerales y componentes, requerido para fabricar baterías, microprocesadores y fibras ópticas que, a la vez, dependen de otros tantos elementos para que permanezcan en marcha los servidores, los discos, los satélites y las infraestructuras gracias a las cuales las máquinas nos permiten ser y estar en una civilización todavía en lucha contra un virus.

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