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¿Para qué sirve el psicoanálisis? – El qué-hacer con el paciente

El libro de Luis Chiozza se encuentra en librerías y está disponible en su versión digital.

Freud comenta que, en un diálogo publicado en un semanario humorístico de Múnich, un hombre se quejaba del carácter de las mujeres, que las convierte en complicadas y difíciles, y que su interlocutor le responde: «Sí, pero es lo mejor que tenemos en ese tipo de cosas». Freud utiliza el comentario para afirmar, a continuación, que, para formar psicoanalistas, lo mejor que tenemos son los médicos.

Quienes ejercimos la medicina y nos hemos encontrado tempranamente con el hecho de que algunos pacientes muy enfermos, o con heridas graves, inevitablemente se nos mueren, hemos aprendido que nuestra tarea no siempre logra restablecer la salud, y que bien vale la pena el esfuerzo de aliviarlos o, inclusive, que los ayudemos en el proceso de morir. A veces he pensado que, dado que también en el diván es frecuente que la enfermedad arrecie, aquella experiencia nos ayuda para elaborar mejor, como psicoanalistas, la resignación que necesitamos frente a la diferencia cotidiana entre lo que pensábamos posible y lo que en la realidad logramos.

Lo que el personaje del semanario decía de las mujeres podría también decirse de los hombres, y lo que Freud decía de los médicos podría decirse de muchas otras cosas. Por ejemplo, del tratamiento psicoanalítico, porque, si bien es cierto que es una empresa cuyas dificultades exigen un insospechado esfuerzo, y que trascurre perturbada por inevitables momentos de malestar en el paciente y en su psicoanalista, puede decirse que es lo mejor que tenemos para lograr lo que con él intentamos.

Cabe preguntarse, entonces, ¿qué es lo que intentamos? ¿De qué tipo de cosas se ocupa el psicoanálisis? O, también, ¿para qué sirve el tratamiento psicoanalítico? Y ¿cómo podemos disminuir los disgustos que el proceso ocasiona? Estas dos últimas preguntas, que han merecido la atención del psicoanálisis desde sus mismos albores y que, dada su índole, han permanecido siempre abiertas hacia nuevas indagaciones, iniciaron el camino que condujo a escribir este libro.

He procurado resumir en él lo esencial de lo que aprendí en muchos años, y escribirlo con palabras comprensibles para las personas que no dominan el lenguaje «conceptual», en cierto modo abstracto, que se suele usar entre colegas, lleno de sobrentendidos que, para colmo, a veces son malentendidos. Lo escribí, pues, en un lenguaje que prefiero, porque es el lenguaje natural, concreto y afectivo, que cotidianamente usamos «en la vida». No se me escapa, sin embargo, que serán los colegas quienes reconocerán mejor lo que algunas ideas traen consigo, ya que, dada su experiencia en el campo del psicoanálisis, dispondrán de los ejemplos que las amplifican y esclarecen.

Por razones similares, he omitido citas bibliográficas detalladas que interrumpen la lectura, pero el lector interesado podrá encontrarlas en otros libros, anteriores, publicados en nuestra página web. Sólo me resta agregar que no me anima la pretensión de convencer escépticos. Eso forma parte de la resignación que todo médico aprende. Hay quienes dicen que los pueblos tienen los gobiernos que se merecen, y a veces he pensado que lo mismo podría decirse de lo que sucede entre los abogados, los arquitectos, los médicos o los psicoterapeutas, y las personas que requieren sus servicios. En todo caso, es poco lo que uno puede hacer al respecto; no mucho más que ejercer auténticamente, y describir de una manera fidedigna, expuesta a la crítica, lo que pudo aprender. Hay algo, sin embargo, que me parece indudable, quienes ejercemos procedimientos distintos deberíamos procurar distinguirlos con distintos nombres.

Luis Chiozza
Junio de 2013

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