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Libro de gráficos «La culpa es mía. La construcción de la culpa» Luis Chiozza

PRÓLOGO

No cabe duda de que nuestro juicio acerca de lo que “está bien” y de lo que “está mal”, que surge en primera instancia de nuestros afectos entrañables, configura por fin “los ideales” hacia los cuales, con mayor o con menor fortuna, encaminamos nuestra vida. Esa relación estrecha que tienen los ideales con los valores, y los valores con nuestros sentimientos, tiene como ineludible consecuencia que el terreno en donde más sufrimos la crisis universal de valores que hoy impregna nuestro mundo, es el de nuestra relación con las personas que más nos importan y que dan significado a nuestra vida. Esto nos sorprende, porque hubiéramos dicho, espontáneamente, que podíamos evitar muy bien “lo que está mal” en el trato con las personas que mejor queremos, y también que podíamos protegernos y protegerlas de la maldad del mundo con mayor eficacia, y nos encontramos, de pronto, con que no es así. Cuando uno “se comporta mal”, lo hace peor con quienes más le importan y con uno mismo.

Hace poco, en una serie de gráficos titulada Tú y yo. ¿Debemos, podemos, queremos?, abordaba precisamente esta cuestión desde una realidad que contrasta con lo que nos gusta pensar acerca de lo que son las cosas de la vida. A pesar de lo que la observación atenta nos revela, hay una cierta dificultad en reconocer que los sentimientos antagónicos, que originan las vicisitudes que sufrimos en las relaciones con nuestros semejantes, son universales y que también forman parte, desde la infancia a la vejez, de todos los vínculos en los cuales el amor y la amistad florecen.

A primera vista el contenido de Tú y yo…, impresiona, pues, como si se tratara de una visión del amor particularmente infortunada y pesimista, y sin embargo se ha impregnado con el optimismo que nace del amor a lo posible, dado que los caminos de la realidad son los únicos en donde ocurren las satisfacciones reales. Hacía falta entonces todavía volver sobre el tema de la culpa, y tratar de poner al descubierto su malignidad, porque, entre los cuatro gigantes del alma, es el que crece cuando nos parece haber triunfado sobre la rivalidad, los celos y la envidia, que son los otros tres. Ese fue el origen de esta nueva serie que hoy, con espíritu fraterno, pongo en manos del lector.

“La culpa es mía”, es lo que solemos decir algunas veces como una fórmula de cortesía, y los quirites, ciudadanos de la antigua Roma, decían mea culpa golpeándose el pecho con el puño sobre el lugar del corazón, pero, más allá de la formalidad de un enunciado, nos sentimos culpables con mucha más frecuencia y con una “convicción” mayor de lo que preferimos creer. Y sin embargo la culpa no deriva simplemente de los actos que hemos realizado, es una construcción más compleja a la cual muchas veces recurrimos cuando nos sentimos atrapados por el dolor de no poder. Y así caemos en la trampa que disminuye el valor de todo aquello que podemos.

Luis Chiozza
Noviembre de 2010

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