Hipertensión ¿Soy, o estoy, hipertenso?
PRÓLOGO
En 1986, en la primera edición de ¿Por qué enfermamos?, comenzaba diciendo que: Todo médico necesita y debe hablar de lo que ve en sus enfermos. Es algo que duele no decir… y es además una deuda… pero «cómo decir» ha sido siempre el principal problema de toda convivencia, y cada nuevo intento no es más, ni es menos, que una nueva esperanza… Hoy, 25 años después, sigo sintiendo esa necesidad, ese deber, y esa esperanza de encontrar «la forma»; y este libro sobre la hipertensión es también un producto de ese compromiso. Fue escrito para los colegas cuya vocación los inclina hacia el ejercicio de una actividad médica, independientemente de que su formación provenga de una escuela de medicina o de psicología. Pero también para las personas que, sin ninguna formación en esas disciplinas, sienten la curiosidad y el deseo de comprender cuales son los avatares de la vida que conducen a la enfermedad. La consiguiente obligación de escribir de un modo comprensible (facilitada sin lugar a dudas por la decisión editorial de incluir un glosario) me condujo a la necesidad de exponer y fundamentar conceptos generales que trascienden el caso particular de la hipertensión arterial y pueden aplicarse a la comprensión de otras enfermedades.
Es comprensible que las investigaciones realizadas sobre el significado inconsciente de los trastornos que afectan a la estructura y al funcionamiento del cuerpo, atrapadas por su interés principal, no siempre dediquen suficiente espacio a la exposición y discusión de los conceptos, muchas veces polémicos, que fundamentan los hallazgos de la patología y de la clínica médicas. Esto suele conducir a que, vistas desde afuera de la disciplina psicoanalítica, se tienda a contemplar sus conclusiones como un punto de vista parcial e incompleto, entre tantos posibles, acerca de la enfermedad que se investiga. Por este motivo he dedicado los primeros cinco capítulos de este libro, que incluye entre sus destinatarios a lectores que no son médicos ni psicoterapeutas, a «llenar el hueco» dejado por esa omisión frecuente. No he pretendido realizar una exposición completa, que quedaría fuera del ámbito de mi competencia y del propósito de este libro, de los conocimientos y la experiencia acumulados por la patología y la clínica médicas acerca de la hipertensión arterial. Esos cinco capítulos obedecen a la necesidad de subrayar, tanto en los fundamentos, como en las conclusiones actuales, algunos puntos claros y algunos puntos oscuros.
No es difícil comprender que el intento de curar una enfermedad del cuerpo (o de cambiar los rasgos del carácter) durante el tiempo en que se tarda en leer un libro que expone sus significados inconscientes, tiene posibilidades de éxito parecidas a las de pretender tocar el violín limitándose a la lectura de un manual de instrucciones. No podemos dejar de recordar aquí las palabras de Hamlet: Tapa estos agujeros con los dedos y el pulgar, dale aliento con la boca y emitirá una música muy elocuente […] Vaya, mira en qué poco me tienes […] quieres arrancarme el corazón de mi secreto […] y, habiendo tanta música y tan buen sonido en este corto instrumento, no sabes hacerle hablar […] ¿Crees que yo soy más fácil de tocar que esta flauta? Este libro no fue escrito, por lo tanto, con el propósito ingenuo de que constituya una ayuda suficiente para «superar» la hipertensión. Freud, sin embargo, se ocupó de señalar que «a la larga», lo intelectual también es un poder, queriendo subrayar con esto que, desde una convicción del intelecto, puede surgir la determinación que conduce a recorrer el pedregoso camino de una transformación profunda. Podemos decir entonces que, en íntimo acuerdo con esas palabras de Freud, las páginas que siguen se proponen contribuir a que la hipertensión arterial pueda ser contemplada en un panorama más amplio que ofrece posibilidades distintas.
El hábito psicoanalítico que conduce a prestar atención a las sutilezas del lenguaje verbal es una fuente inagotable que enriquece permanentemente la comprensión del significado que asignamos a las experiencias que vivimos. Vale la pena reparar en las expresiones lingüísticas que los médicos utilizamos frecuentemente cuando hablamos de los acontecimientos patológicos. Solemos decir, por ejemplo, que un enfermo «hizo» una complicación, un forúnculo o una tuberculosis, pero es más difícil que digamos que hizo una dificultad respiratoria o una varicela. En esas expresiones habituales se esconde una implícita «teoría» acerca del origen de la enfermedad que se menciona. También decimos de algunos pacientes, gracias a una sutileza del idioma castellano de la cual carecen otras lenguas, que «son» diabéticos, y de otros que «están» con una insuficiencia cardíaca, o simplemente resfriados, y allí lo que se afirma es la diferencia entre un estado que se considera permanente y otro transitorio. Dado que el diagnóstico de hipertensión en un paciente conduce habitualmente a que se afirme que «es» hipertenso, la pregunta ¿Soy, o estoy, hipertenso?, que constituye el subtítulo de este libro, sugiere examinar la idea de que el diagnóstico de hipertensión descubre, en todos los casos, un modo de «ser» que durará toda la vida.
Luis Chiozza
Abril de 2011