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Libro de gráficos Tu y Yo ¿Debemos, Podemos, Queremos?

PRÓLOGO

En 1945, cuando tenía 15 años, y con el título Soñar no cuesta nada, escribí unos versos que se publicaron al año siguiente en un periódico local. En 1979, a los 49 años y atravesando la “segunda adolescencia”, escribí una poesía, Navegar es necesario, vivir no, que no puedo menos que ver como una continuación de aquellas inquietudes juveniles. En 1963, a los 33 años, surgió mi primer libro, Psicoanálisis de los trastornos hepáticos, que contiene las ideas que inspiraron todo lo que posteriormente escribí, y en el cual me ocupaba especialmente de la riqueza simbólica contenida en el mito de Prometeo. En 2005 publiqué Las cosas de la vida, composiciones sobre lo que nos importa, y en 2008 ¿Por qué nos equivocamos?, lo mal pensado que emocionalmente nos conforma, dos libros en los cuales me ocupaba de los pensamientos, los sentimientos y los actos que nos colocan en los umbrales de la enfermedad. A principios de este año, en una serie de gráficos, intenté comprender qué es “lo que nos hace falta”, y hace unos pocos meses, en otra serie que configuraba un “cuento para padres” titulado Caperucita verde, finalizaba señalando la obviedad de que la vida no reside en el sol, sino que sólo puede florecer en un planeta que se mantiene a distancia girando a su alrededor.

Weizsaecker, en su Patosofía, nos habla de cinco categorías que son “páticas” en la doble acepción de pasión y padecer. En nuestra lengua carecemos de las palabras con que el idioma alemán diferencia entre poder como tener permiso (dürfen) o como capacidad (können), y deber, como estar obligado (müssen) o como deuda moral (sollen). De modo que las cinco categorías páticas, müssen, dürfen, sollen, wollen (querer) y können, aceptando la ambigüedad de nuestro castellano “poder” y “deber”, quedarían reducidas a tres: deber, poder y querer.

Esas son las raíces desde donde surge el meollo de las inquietudes que intento abordar en esta serie de gráficos, y que se refieren a la relación, saludable o malsana, que establecemos con nuestros ideales. Se trata, en el fondo, de las vicisitudes del amor, pero dado que la palabra “amor” reúne en su significado cosas tan distintas como la filatelia, el arte, la excitación genital y la ternura, conviene aclarar que intento referirme a lo que los distintos amores tienen en común, y a los bienestares y malestares que habitan en las profundidades de toda convivencia, habida cuenta de que uno no es como es y luego convive, sino que conviviendo, desde el primer instante de su vida, configura su manera de ser y de vivir la vida. En cada uno de los vínculos que nos unen a los otros seres vivos en la reciprocidad de una situación complementaria y en la solidaridad inevitable con la que vivimos lo que nos ocurre a todos, surgen los sentimientos, muchas veces antagónicos, que originan las vicisitudes que en esos vínculos sufrimos.

Integramos, queriendo o sin querer, una red “autopoiética”, que se construye a sí misma, como un complejo ecosistema cuyos designios ignoramos mientras percibimos solamente la armonía o la desarmonía en los avatares con los cuales vivimos dentro de ella, pero no podemos evitar sentirnos lo suficientemente libres como para tener que enfrentarnos con el temor de “hacer mal” lo que hacemos con las personas que mejor queremos.

Sólo me resta agregar que esta serie de gráficos, como un árbol en invierno, sólo muestra sus troncos y sus ramas, y que tengo la esperanza de que el lector, desde sus propias experiencias, la complete con el follaje, las flores y los frutos con que la pujanza de la vida viste a los árboles en la primavera y el verano.

Luis Chiozza
Agosto de 2010

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