DISCURSO INAGURAL DEL CICLO LECTIVO 2017 DE LA ESCUELA DE PSICOANALISIS

Hoy damos inicio al ciclo lectivo 2017 de la Escuela de Psicoanálisis. Como es costumbre, damos la bienvenida a los nuevos alumnos que hoy comienzan el Ciclo Inicial.

Hace apenas un poco más de dos meses, di mi primer discurso –si se lo puede llamar así– como Director de esta Escuela. Fue en ocasión de la entrega de diplomas a los egresados de 2017. Quienes estuvieron presentes quizá recuerden que hablé del orgullo que sentíamos por esos egresados. Contaba que en el año 2012 pusimos en práctica un nuevo plan de estudios, y cuatro años después, en la calidad de la cosecha obtenida, podíamos ver lo bien que había funcionado.

Todavía sigo pensando que el plan de estudios que tenemos es una herramienta fantástica. No solo es una selección muy cuidada de los conocimientos que debemos impartir y de las mejores fuentes donde hallarlos, sino que además constituye una verdadera guía de estudios para alumnos y profesores, que nos orienta acerca de qué importancia relativa tiene cada concepto dentro del paisaje general del psicoanálisis.

Sin embargo, debo ser sincero con ustedes y decirles que no sabemos por cuánto tiempo más estaremos en condiciones de llevar a cabo un plan de estudios tan ambicioso. Para que se den una idea de la situación actual, hace solo 20 días pensábamos que este cuatrimestre no íbamos a poder abrir el Ciclo Inicial. De hecho no estamos abriendo el primer año del Ciclo Medio ni tampoco la Escuela para Estudiantes.

Sería fácil decir que esto se debe a la falta de nuevos alumnos, y responsabilizar por esto al descrédito del psicoanálisis o al facilismo imperante en los jóvenes de hoy en día; pero me parece que esto sería faltar a la verdad. Según lo veo, las cosas son más complejas. Es de esto que quiero hablarles hoy. Mostrarles la realidad según la veo yo. Creo que ustedes lo merecen y no esperan menos de mí.

A parte del análisis personal del alumno y la supervisión, cosas sobre las cuales la Escuela tiene relativamente poca injerencia, para brindar una buena formación no basta con un buen plan de estudios. También hacen falta otras cosas; entre las más esenciales, se necesitan: buenos profesores, buenos alumnos, disponer de un lugar apropiado y disponer de un tiempo suficiente. Quiero compartir con ustedes algunas reflexiones sobre estos cuatro elementos.

A mi criterio un buen profesor debe reunir dos condiciones básicas. La primera de ellas es que sepa lo que debe enseñar. Quizá convenga recordar aquí la diferencia que establece Chiozza sobre las distintas formas de saber: «saber por lo que se dice», «saber por haberlo saboreado», y «saber por experiencia»; por haberlo saboreado más de una vez. Los profesores que necesitamos no son los que poseen solo conocimientos sino sabiduría y experiencia.

Creo que la mejor manera de identificar un buen profesor es también la más sencilla, pero a veces no lo queremos ver así porque nos resulta demasiado cruda (como cruda es la realidad). La realidad es siempre el mejor rasero porque nos muestra lo que se necesita sin dejarse extorsionar por lo que nos gustaría. Basta, entonces, con observar si los conocimientos que un determinado profesor adquirió a lo largo de su formación, le han permitido tener eficacia; es decir, si esos conocimientos le han servido para poder ganarse la vida, de manera honesta, con la profesión.

Espero que hablar de las dificultades para ganarse la vida con la profesión no genere demasiada incomodidad en el auditorio; si ese fuera el caso, quizás convenga recordar que es el mismo tema de la falta de pacientes del que tanto nos gusta hablar cuando nos quejamos de circunstancias que son ajenas a nuestra responsabilidad. Pero hoy no podemos quejarnos; debemos ponernos a la altura de las circunstancias, y las circunstancias son que tenemos alumnos que formar. Prosigo.

La segunda condición que debe tener un buen profesor es ser capaz de transmitir lo que sabe. No todos tienen el mismo talento para hacerlo, es cierto, pero lo que es importante saber es que sin la primera condición, la segunda es completamente inútil. Lo nuestro es un oficio; y un oficio no se puede aprender de alguien que no lo sabe hacer. Así de sencillo. Un buen tutorial en YouTube nos puede decir, paso por paso, como construir una biblioteca de madera; habrá tutoriales mejores y peores. Pero hacer una biblioteca es otra cosa; y ganarse la vida fabricando bibliotecas, otra muy distinta. Quizás algunos tengan el talento de explicar la relación entre el infarto y la ignominia mejor que el propio Chiozza, pero analizar un paciente con un infarto es harina de otro costal.

Tenemos buenos profesores; no lo dudo. Pero no son tantos como necesitaríamos si la escuela funcionara a pleno en todos sus niveles. A parte de Chiozza, hoy solo contamos con 5 profesores titulares; y para funcionar a pleno -todos los cuatrimestres a la vez-, a parte del seminario que dicta Chiozza, deberíamos dictar 25 seminarios más. Hagan ustedes mismos las cuentas.

También tenemos pocos profesores adjuntos, (siete) y además son muy variados. Por ejemplo L. C. más de una vez nos ha ayudado a suplir la falta de profesores titulares (a pasar de que muchos de nosotros con frecuencia hemos dictado más de un seminario a la vez) y lo ha hecho muy bien. La mayoría, en cambio, aún no ha completado el camino que conduce a esa eficacia de la que les hablaba más arriba. Como Racker le dijo una vez a mi padre, la Escuela no solo debe formar alumnos sino también profesores. En eso estamos… pudiendo…

También tenemos pocos alumnos (ocho) y pocas solicitudes de inscripción. Si tuviéramos más, podríamos elegir mejor a los alumnos; o podríamos esperar a que estén en las mejores condiciones para comenzar la Escuela. Esto no significa que aceptemos a cualquiera (de hecho no es infrecuente que rechacemos o posterguemos alumnos), pero significa que ante la duda, nos inclinamos más por aceptar que por postergar. A veces, guiados por el deseo de enseñar, pecamos de optimismo y cometemos errores que luego pensamos que hubiéramos podido evitar; aceptamos alumnos que luego no pueden seguir el ritmo de la escuela y se atrasan, obligándonos a generar nuevos espacios para ellos.

Hablando del espacio, disponemos de un solo aula que, además, debemos compartir con el Centro Weizsacker. De ser necesario –hasta ahora siempre lo ha sido– yo puedo dictar mis seminarios en mi consultorio, pero cuando me veo obligado a suspender el seminario, el adjunto se queda sin lugar para dictarlo. Y a la poca disponibilidad de espacio se suma, además, el problema del tiempo.

El 100% de los pocos alumnos que tenemos han planteado restricciones de horarios para cursar seminarios. Lo mismo sucede con varios adjuntos. De hecho un seminario ha debido quedar sin adjunto por este problema. Imagínense ustedes el complicado ajedrez que tenemos que resolver cada cuatrimestre. Por suerte los profesores titulares son la excepción, lo cual –hay que decirlo– resulta sumamente paradójico: los que más trabajan son los que más disponibilidad de horarios tienen. De modo que en el estado actual de las cosas, son los profesores titulares quienes se deben acomodar al horario de los alumnos, cuando no, al de los adjuntos. Esto merece alguna reflexión; ¿no les paree?

Probablemente se me dirá que un profesional independiente puede disponer de sus horarios con mayor facilidad que un trabajador en relación de dependencia. Yo no creo que sea ese el motivo. Como profesional independiente atiendo a muchos pacientes que trabajan en relación de dependencia, de modo que sus restricciones de horario también me afectan.

Yo creo que el centro de la cuestión radica en el modo de establecer las prioridades, como la historia de las piedras en el recipiente. ¿La conocen? (Si no la conocen se las cuento, es muy bella e ilustrativa.) Las piedras grandes hay que ponerlas primero; luego no hay manera de que quepan.

Espero que no me malentiendan y vean en esto un mandato superyoico o una queja melancólica de mi parte. Lo que trato de mostrarles es la realidad; al menos como yo la veo. Cada quien tiene el legítimo derecho de establecer sus propias prioridades; si lo hace a plena conciencia no tendrá inconveniente en asumir la responsabilidad. Si para pagar su análisis y la cuota de la institución y sus otros gastos, alguno de ustedes no tiene más remedio que tomar un trabajo que ocupe la franja horaria en la que podemos dictar los seminarios, no tienen nada que reprocharse. Si esa es la realidad, entonces hay que aceptarla; sin queja, sin culpa y sin reproches. Pero deben saber que forma parte de esa misma realidad que se nos impone el hecho de que la formación que pretenden adquirir no se puede alcanzar dedicándole solo los ratos libres. Si no se puede no se puede; ¿qué se le va hacer? Toda potencia tiene su límite, es inútil negarlo. De lo que hay que cuidarse mucho es de creer, de manera ingenua y neurótica, que aunque no se pueda hacer el trabajo, se puede seguir aspirando al mismo resultado.

Todos ustedes aspiran a ser, algún día, de esos poquísimos profesionales que poseen el conocimiento eficaz que les permite vivir de su profesión; vivir haciendo lo que han elegido. Eso, como dice Chiozza, es una bendición; pero, como era de esperarse, no es gratis; exige algo a cambio. Todos los que lo han logrado, le han dedicado la vida a lo que hacen; sin excepción. Esto es cierto incluso fuera del psicoanálisis. Tal vez sea cierto que, en muchos casos, aún dedicándole la vida, no se alcance lo que se quiere; puede ser, no estoy seguro. De algo sí estoy seguro: que si le dedicamos la vida a algo y no obstante, no lo conseguimos en la medida que esperábamos, seguramente nos habremos enriquecido mucho, tendremos poco que reprocharnos y, por ambos motivos, el duelo será más fácil de hacer.

A primera vista resulta tentador pensar que lo que sucede es que hay muchos analistas y pocos pacientes. Pero pensar psicoanalíticamente no es ver las cosas de la manera más tentadora; es tratar de ver las cosas siempre del lado del revés. Si pensamos en lo que les decía acerca de la primera condición que debe tener un buen profesor, vemos que no faltan pacientes sino analistas que posean un conocimiento eficaz. Pensar que faltan pacientes es tan equivocado como pensar que ganarse la vida componiendo canciones es difícil porque la gente ya no necesita canciones nuevas o porque ya no quedan canciones que inventar.

Toda persona, más tarde o más temprano, llegará a un momento de su vida en que necesitará a un buen analista; lo sepa o no lo sepa; lo descubra o se lo pierda. Un buen analista es capaz de marcar una diferencia que hace que aquel que lo necesita lo descubra en cuanto entra en contacto con él. El problema no es, entonces, que falten pacientes, sino que marcar esa diferencia es difícil. Marcar esa diferencia es convertir un sujeto que sufre en un paciente. Y sujetos que sufren, sobran.

Yo no lo logro tan a menudo como quisiera, pero, hasta ahora, lo he venido logrando lo suficiente como para poder ganarme la vida. Aún trato de descubrir mejor en dónde radica el secreto. Si bien no tengo plena conciencia de todos los vericuetos del camino que conduce a esa meta, sí creo conocer muchos de los desvíos que hacen imposible llegar a ella. Vi a algunos llegar a donde yo llegué y vi también a muchos más desviarse y perderse en atajos seductores. El tema de la prioridad me parece que es una de las claves. Las piedras grandes siempre deben ir primero.

Cuando algo es difícil de lograr, lo primero que se necesita es quererlo mucho… Lo segundo es asumir conscientemente ese deseo y estar dispuesto a hacer lo necesario; a darlo todo. Si lo que se llama «Vocación» es algo distinto a dar el máximo por cumplir los propios deseos, entonces déjenme asegurarles que nunca tuve ocasión de conocerla. Como decía un famoso artista gráfico: «La inspiración es cosa de aficionados; los profesionales nos levantamos todas la mañanas y nos ponemos a trabajar».

Pues bien; así están las cosas. Los que conducimos esta institución hemos elegido enseñar. Para nosotros esa es una de las piedras grandes. Por eso seguiremos tratando de encontrale la vuelta a este problema que tenemos en la Escuela. Veremos de qué manera logramos adaptar lo que queremos enseñar a lo que es posible; a quiénes somos hoy, a qué profesores tenemos y a qué alumnos tenemos. Seguiremos luchando por realizar nuestro deseo de enseñar.

Pero por favor no sean tan ingenuos de quedarse tranquilos pensando que está en nuestro poder resolverle el problema a cada uno de ustedes. Sepan que a la mayoría de los alumnos que los precedieron no se los pudimos resolver; no somos tan eficaces. Tomen este parámetro: Luego de que Gloria y yo egresamos de la Escuela no han habido nuevos profesores titulares en la Escuela. Muchos egresaron con nosotros y luego de nosotros; pero solo unos pocos de ellos son hoy profesores adjuntos.

Sé que lo que digo suena crudo y desagradable, pero como se suele decir… es lo que hay. Me gustaría que cada uno de ustedes tome conciencia de que tiene un problema muy difícil por resolver y también, que nadie lo puede resolver por ustedes. Ustedes han elegido vivir haciendo lo que han elegido; haciendo lo que más les interesa y lo que les gusta. Es una decisión que vale la pena. Pero sepan que lograrlo es algo que muy pocos consiguen.

Déjenme decirles una cosa más. La profesión que han elegido, además de muy difícil tiene también una característica muy particular: si se la logra ejercer bien, la recompensa supera en mucho el esfuerzo invertido. Es como si en el desierto de la incomprensión, inesperadamente nos topáramos con el oasis de la sabiduría. Quién lo ha vivido una vez, desea repetirlo. Pero en cambio si se la ejerce mal, la tortura de un desierto sin esperanzas se vuelve demasiado insoportable. Cuando eso sucede, por mucho que los pacientes paguen, nunca alcanza.

Dr. Gustavo Chiozza

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