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Libro de gráficos para niños «Mi Cuerpo, los Otros y Yo»

Nicolás hoy tiene trece años y Natalia siete. Cuando somos niños estamos llenos de preguntas, y a medida que nos hacemos grandes vamos, lamentablemente, renunciando a preguntar. Esto sucede porqué hemos sentido muchas veces que nuestras preguntas fueron recibidas como algo que molesta, como si lo que preguntábamos fueran cosas absurdas que no había que pensar. Otras, muchas veces, recibimos respuestas apresuradas y breves, que no nos convencían, y muy pronto descubrimos que para creerlas también era necesario acostumbrarse a dejar de pensar.

Cuentan que una vez alguien pinchó una goma de su auto al lado de los muros que rodeaban a un manicomio, y que, mientras cambiaba la rueda, se le cayeron los tornillos en la alcantarilla y se quedó sin ellos. Desconcertado no sabía qué hacer, y un loco que lo miraba por encima del muro le sugirió que sacara uno de cada una de las tres ruedas restantes para colocar la que estaba remplazando.
El automovilista, asombrado, le comento que era extraño que, pensando tan bien, estuviera allí encerrado. El recluso le contestó: Es que yo soy loco, pero no soy tonto.

Existe por desgracia la costumbre generalizada de hablar con los niños (o con los viejos) como si fueran tontos, lo cual a veces finalmente los transforma en tontos.
Vemos algunas películas en las cuales sucede, por ejemplo, que un niño contempla con angustia, desde la puerta de su dormitorio, una escena violenta en la cual el padre le pega a la madre y ella intenta clavarle en el hombro las tijeras que estaban en el costurero. El efecto dañino de esa escena empeora cuando luego le dicen al niño que continúe durmiendo, que todo está OK. Un niño carece de los conocimientos, de la habilidad y de la experiencia que va adquiriendo con el transcurrir de la vida. Que un niño no sepa, no entienda o no pueda, y se comporte como alguien que “no tiene juicio”, no significa obviamente, que el niño está loco, y mucho menos significa que, siendo ingenuo o inocente, el niño sea tonto o incapaz de entender. Todo lo contrario, de niños tenemos una inteligencia, amplia y general, que se va perdiendo en todos aquellos sectores en que dejamos de usarla.

Hay cuentos para niños que perduran, como los de Cenicienta, Caperucita Roja, Blancanieves o la tortuga Manuelita, y esto no es algo casual. Son cuentos que de niños quisimos que nos contaran una y otra vez, porque despiertan en la infancia emociones que necesitamos entender mejor. Hay otros que, como El Principito de Antoine de Saint Exupery, son mucho más que un cuento. Pero hay muchos más, demasiados, que repiten tonterias y bobadas empalagosas que los niños soportan sólo porque gracias a ellas pueden disfrutar un rato de la compañía de los padres cuando, después de la cena, es obligatorio dejarlos para irse a dormir. Este libro “para niños”, no es en realidad “un cuento” que nos relata una supuesta historia. Es el intento de un abuelo que respeta la inteligencia de los niños, de acercarle a sus nietos, y a otros como ellos, algunos de los “datos” acerca de la vida que les hacen falta cuando necesitan pensar.

Luis Chiozza
Junio 2009

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